La Maravillosa Orquesta del Alcohol está de moda, y aunque parecen quedar lejos los días en que llenaban estadios vuelven a La Riviera en un formato parecido al de cualquier banda que empieza. Muchos bolos y poca gente, nada menos que ocho Rivieras en el formato de concierto sentado que ya conocemos todos. Además celebran su décimo cumpleaños como banda y un disco recién salido, aún calentito.
«93compases» es la encargada de iniciar la velada cuyo primer estruendo me pilla en el baño, ahora los conciertos no avisan con luces, ruidos… la banda sale al escenario y tiene el tiempo ajustado por el protocolo covid, y por el bolo que darán según termine, en un interminable sold out para los burgalenses. A diferencia de sus grandes conciertos del pasado el inicio no llega como un huracán, son conscientes y en esto hacen muy bien de que un concierto en que la gente está sentada hay que cuajarlo poco a poco, y David abre con su acústica y su voz ronca como en un concierto de cantautor. La vuelta, también del primer disco, continúa en esta intención de introducción tranquila y lírica, letras enormes, cada vez más asentadas por la inteligencia y sensibilidad de uno de los mejores letristas del panorama musical. Ahora sí, el estribillo de este tema acentúa el caracter festivalero de la banda ¨estoy perdido en la vuelta¨ percibo que los coros del multiintrumentista ,Alvar (flautista, saxofonista, corista), están a un volumen mucho mayor que en cualquiera de los anteriores conciertos que he presenciado de la banda, además de sonarme más trabajada y empastada con la del vocalista. Una voz rota pero de otra forma, viril, voz enérgica de grito. Me pregunto si este ajuste de mezcla, que se mantendrá durante todo el concierto, es una nueva forma de encarar todos los shows o una argucia bien pensada para dar carácter a los estribillos sin que el cantante tenga de desgarrar la voz y aguante esta salvajada de ocho Rivieras.
«Una Canción Para No Decir Te Quiero» entra con el banjo, al que han desterrado a un alto en la esquina pero que gesticula intensamente todo el concierto, todo suma. Magníficas rimas las de esta canción, perfectamente declamadas como con pasotismo al comienzo pero cuya voz va modelando y aumentando de intensidad angustiosa hasta la aclaración y gran fase del tema «¿Quién es suficientemente joven y valiente para soportar el peso de empezar?»
Y entonces llega «Mil Demonios», del disco «Salvavida (de las balas perdidas)» que salió en 2017 y coincidió (más esfuerzo que coincidencia azarosa) con el gran boom de la banda. Con esta el escenario se llena de láseres rojos, y es entonces cuando percibo un juego de luces que no había hecho más que empezar, desde tonos fríos, apagados y de carácter azulado hacia una intensidad casi agónica, roja y atosigante al final del concierto. Un bravo para el técnico de luces, claro que sí.
«Conduciendo y Llorando», del último disco la última ola, suena y me recuerda la primera impresión que ya tuve en la primera escucha la misma noche de la salida del álbum, una canción compleja con una atmósfera novedosa que a mi parecer honra aún más el trabajo de la banda, en un tiempo en que el éxito lleva a la mayoría a simplificar sus hits para hacerse con los primeros puestos de las listas, y entrar en más playlist de spotify, que es la nueva radio y trabaja como un algoritmo casi divino que decide si triunfarás o te quedarás en el camino. Las discográficas tirándose de los pelos, para ver como domeñar al algoritmo… La M.O.D.A no trabaja de esta forma, al menos desde la parte armónica y más puramente musical.
Siguen presentando su disco con «Un bombo, Una Caja», que efectivamente es la base rítmica del tema. Empieza el oboe (o eso parece, nunca fui especialista en identificar instrumentos de viento) desvelando de forma recortada el leit motiv de la canción… «No ya no volverá, era de la primavera…» me parece increíble la influencia en esta canción de la música urbana, sin renunciar a su estilo, en especial por la acentuación con coros de las últimas vocales de cada palabra, gritado por todos pero enfatizadas especialmente por el colega del saxo, verdadero animador de la fiesta. Inserto increíble frase de esta canción: «Me gustan las canciones tristes porque hablan de gente a la que apartásteis».
«PRMVR» levanta a toda la sala, o levanta al menos sus brazos pues despegar el culo de la silla está prohibido hasta para pedir cerveza, y cantan a coro el famoso himno: «asumido el hecho de que soy, parte de un rebaño…» Bueno lo cierto es que el público de La Maravillosa Orquesta del Alcohol ha cambiado mucho en los últimos años, en sus comienzos recuerdo asistir a alguno de los conciertos y observar una tendencia más alternativa, quizás por el contenido relativamente crítico a veces de las letras, y el análisis por parte del autor acerca de la falta de consciencia y valentía de las vidas actuales, sin embargo podemos decir que ahora La M.O.D.A es mainstream, y el público es completamente variopinto, lo cual no es bueno ni malo siempre que la banda, como parece hacer por ahora; se agarre a su verdadera intención artística.
«Catedrales» siempre me ha parecido de lo más indie de la banda, un estribillo para cantar en verano, menos rock que el resto es cierto, pero un toque fresco tanto para directo como para el disco. Referencia a los hermanos Lumier por su obsesión ante el INSTANTE. Sus letras están plagadas de citas o personajes literarios, históricos o cinematográficos lo que nos mete en una cosmovisión muy propia del artista. Siguen con «Un fuego Dentro» y advierto un cambio en la intro, parece de película de miedo, usando apenas los arpegios de la guitarra acústica y acordeón.
Antes de seguir con «La Vieja Banda» el líder de la orquesta intenta una intervención con el público que queda entrañable pero deja claro como ellos mismos dicen, que nos les gusta hablar. Quizá sea por mi amor a las grandes bandas de rock que sacaban a relucir su egolatría con algún discurso largo y exaltado del cantante (vale, Axl Rose ya era pasarse) pero hecho de menos últimamente en el panorama una buena comunicación hablada entre temas, algún discurso original más allá del típico «os quiero Madrid gracias por tanto». Si, eso ya lo sabemos. «Vasos Vacíos» revoluciona al público porque es una canción de esas redondas, que le habría gustado hacer a cualquier que componga canciones, y «La Inmensidad» me deslumbra de nuevo y hace crecer en mí algunos ecos de nostalgía, de fechas pasadas en festivales multitudinarios escuchando a LA M.O.D.A entre miles de personas, tocándose y compartiendo cubatas.
Tras presentar el resto de canciones del nuevo disco, es reseñable un jueguecito entre cantante (David) y Joselito Maravillas al acordeón, que hacen como que frenan a la banda antes de meter el reventón de la canción. Me gustó, y me habrían gustado más interacciones entre ellos, es una crítica repetida entre mis crónicas, pero cuando voy a un show me gusta ver la relación entre la banda, como una experiencia de fraternidad. También «1931», imprescindible en cualquier playlist de música alternativa en español. Redescubro aquel verso en el que canta ¨Nos enseñan que la paz es elegante pero aprendemos, que la violencia es convincente y la miseria devoradora¨ Joder vaya letrón, piensa uno mientras el espectáculo toma sus últimos pasos entre la exposición de luces (una de las más cuidadas entre grupos españoles que haya visto).
«Gasoline» y «El Camino» allanan el paseo hasta la despedida. Siempre me ha aburrido un poco el momento de irse, aplauso, bises… suelo preferir que toquen lo que tengan que tocar y se vayan. En cualquier caso «Héroes del Sábado» truena en la Riviera y los cantos de la gente, incluso desde su silla, amenazan con hacer caer la palmera de la sala. Los pelos de punta con este himno que es de lejos el tema más sonado, con 17 millones de escuchas en spotify y gente con el título a la espalda en el merchan, original y rockero.
Salimos en orden con las advertencias anticovid sonando en bucle, que si gel que si distancia, y una sensación realmente agradable, la de La M.O.D.A que con su energía y sus letras hacen que el mundo parezca más grande y te desplazan durante un rato a una atmósfera bohemia entre parisina, el Nueva York pobre de comienzos del siglo pasado y la castilla más rural. ¡Larga vida a La M.O.D.A!
Crónica por: Gisme
Fotos por: Mario Tote
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