¿Qué mejor cierre para el día de los Muertos que un buen bolo de Black Metal? Yo y cuatro gatos más pensamos eso y asistimos a la Wurtlitzer el pasado 1 de noviembre, para escuchar a los portugueses Oak y Gaerea y a los valencianos Púrpura. Reconozco que no conocía ninguno de los grupos, pero eso nunca es un problema; quizás a veces sea una virtud.
OAK abrieron y cerraron con un único tema de unos 14 minutos: «Sculptures». Primordialmente instrumental, su sonido evolucionaba progresivamente. Una guitarra (que salvo a lúcidos ratos caracterizaría como lenta) dialogaba con el ritmo pesado y marchante (a veces galopante) de una batería pesada y minuciosa que en un par de momentos se volvía esquizofrénica. En escena, el grupo era paradito: casi no parecía que hubiese más gente allá. La música tampoco pedía mucho más que eso, y el ambiente sonoro, para romper el hielo, estaba bien. Los OAK tocaron de forma correcta y generaron una atmósfera oscura aunque relajada, en la que fácilmente podríamos imaginar espíritus deambulando por el bosque. En algún momento, mi favorito, podemos oírlos incluso cazando y devorando algún viviente intrépido. Aulla de dolor en las notas distorsionadas de una guitarra que finalmente, se limpia para lamentarse por un instante. Ese lamento fue magnífico. Correctos, interesantes, pero nada demasiado motivante. OAK me parece un grupo digno de escucharse en casa, pero vistos sus vídeos, visto su bolo.
Salgo a fumar un cigarro. Quedan más de 15 minutos para que empiecen los siguientes. Al volver adentro, el pie de micro ha sido sustituido por unas ramas. Parece que van a cantarle a un árbol. Los cinco componentes de Gaerea salen al escenario encapuchados con sacos negros garabateados con runas blancas. El grupo mete caña y en él la voz es muy importante. Desgarrada, gutural, sale más que del diafragma del intestino. El cantante juega a ser un psicótico mesurado. Sonido suicida, cantante colgado. Se golpea, se asusta, se lamenta, se congela. No parece peligroso, porque aunque da mal rollito, se odia más a sí mismo que al mundo. Avanzan los temas. Es evidente que el público conecta con el escenario, aunque en general la vasca era bastante tranquilita. Sin embargo, la gente se mueve. Las melenas se mecen como péndulos negros y alguno, motivado, intenta infructuosamente hacer un mosh. Pese a la demanda del cantante, que hace un gesto circular con sus manos, negras; pese al virtuosismo rotundamente rítmico del batería y del bajo, tocando un latir decadente, que viene y se va hacia un infernal infarto de acojone; pese a todo, el público no les sigue. ¿Qué le vamos a hacer?
Uno de los guitarristas, a la izquierda, se vuelve loco cada cierto tiempo. Parece que su cuerpo lo lleva una peonza. El que canta entre las ramas se pega una ostia, muchas ostias. Trata de ahogarse y vomitar. Han generado una escena brutal, y aunque la gente esté parada, está encandilada. Los temas pese a en parte ambientales, tienden más al black metal clásico y al suicida. Hay momentos rápidos en que la batería revienta. En el público, un adolescente melenudo nos machacaría a todos a hostias, bailando, pero no había ninguno. Ciertos toques de hardcore escondidos en la locura y la degeneración dominantes. Diálogos brutales y a galope entre las guitarras… Gocé el bolo: estando con la cámara no podía evitar mover la cabeza, para desgracia de las fotos. Tocaron principalmente temas del «Unsettling Whispers». Los que yo destacaría son «Extension to Nothingness» (este tema, brutal, creó realmente algo en el ambiente, como una lluvia de hachas endemoniadas), «Catharsis», «Void of Numbness» (me encanta esta batería), «Cycle of Declay» (sí no recuerdo mal, este fue donde el vocalista loco se autolesionaba), «Absent y Whispers». Fue una actuación muy buena, especialmente teniendo en cuenta que el público estaba a tila y manzanilla y que, aún así, eso no llegó a restar motivación a los intérpretes. A ver si consigo otro contexto mejor: hay que verlos con buen público, pues incluso sin él ya revientan.
Cigarro, cerveza, y salen los Púrpura. Dos pibes con dos guitarras, una batería, un micro y un PC. Ambiental, experimental, oscuro, llamativo. El guitarrista y cantante va alternando de guitarra. Con los pies, sampleriza los riffs que luego pone en loop. Él solito se hace la rítmica y la solista, jugando además con las distorsiones. Por cierto, no sé mucho de guitarras, pero la más oscura de las dos era un robusto monumento que sonaba de la ostia: limpiamente sucia, contundente. Pero para contundente el batería. Daba ostias como panes a su instrumento, alternando baquetas clásicas de madera y esas que son como de orquesta, con acolchado (sí, soy un paleto). Preciso, lento, rápido, el colega se adapta al momento. No sólo tiene ritmos clásicos y espídicos; hay momentos juguetones. No se explicarlo, no soy nada técnico: hay que oírlo. La voz del guitarrista suena mejor en estudio que en este directo, pero para mi no es cosa suya, sino del volumen en la sala (salvo aquí, más que correcto, claro, durante las tres actuaciones). Sin embargo, el tío no se corta. No es el de Gaerea, pero cuando de vez en cuando le toca ruge, y bien que ruge. El público interactúa con ellos. Ellos con el público también. No sé qué más decir. Tocaron todos sus temas del disco «Storm», de los que destacaría «Voices» (un cuento auditivo), «True God» (para mí la que más rompe y evoluciona) y «Two Skies». Nos quedamos con ganas de más, esperamos que vuelvan pronto a los Madriles, con más juegos siniestros en la loca oscuridad.
Crónica y Fotos por: Zule